Los años 80 y parte de los 90 del pasado siglo, fue una época en la que la gran mayoría de los pacientes en la Unidad de Enfermedades Infecciosas eran enfermos de SIDA, por entonces una enfermedad mortal a breve plazo. La Medicina Paliativa me atrajo, como medio de aliviar y acompañar a pacientes terminales, sin reconocer aún que en el fondo estaba la necesidad de explorar qué ocurriría al asomarme a mi propia muerte-yo quiero una muerte anunciada-expresé en una clase.
Una muerte con tiempo suficiente para despedirme de mis seres queridos, de mis anhelos no realizados, de reconciliación con personas, con mis propias exigencias o expectativas. De hacer las paces conmigo misma, en una palabra.
También tuve experiencias previas de anuncios o conocimiento no explicados de muertes de seres queridos-mi abuela, mi tío- así como el haber estado muy cerca de morir yo misma-pasando por ese recuento de vida del que habréis oído hablar-o quizá experimentado-,tras el cual tomé la decisión de seguir en éste mundo.
Tuve la oportunidad de acompañar a mi madre cuando murió; lo que ocurrió en cuanto yo le di internamente, mi permiso para marchar. Me costó y tardé mucho en dar ese paso, aunque ella me lo pedía a su manera. Pues anticipando su muerte, y más allá del cariño y la pérdida, debí asumir que de allí en adelante yo estaría sola- ya no tendría su memoria en la que reflejarme. Después de su muerte, en mi búsqueda de sanar mi duelo, encontré técnicas chamánicas, aprendí a trabajar en estados expandidos de conciencia no sólo en viajes chamánicos sino también en la Terapia Regresiva.